sábado, 21 de noviembre de 2009

La España negra y salvaje de los medios de comunicación


En el estado español, de unos años a esta parte, se viene produciendo un fenómeno que, dada la problematicidad del proceso histórico constitutivo de nuestra nación, no nos debe resultar ajeno. Incluso diría que lo aceptamos sin más porque a pesar de haber estado ausente durante los años inmediatamente posteriores al proceso de transición española –años en los que la propaganda debía enseñar un país ideológicamente volcado a la izquierda- hunde sus raíces en lo más hondo de una psique colectiva acostumbrada tradicionalmente a un determinado reflejo de sí misma a través de los medios de producción del discurso social, que en país totalizado por elites acaba convirtiéndose en la única manera de comprensión de la realidad, y el único filtro con el cual cada persona interpreta los fenómenos sociales. Tal fenómeno es el de la demonización del pueblo español –el pueblo llano, despolitizado, compuesto por criminales, camorristas, irresponsables y vividores- y la consiguiente necesidad de civilizarlo.

El mito de la España profunda, relacionada ésta con la España salvaje y peligrosa, viene de antiguo y no hace sino indicar claramente cuál es la imagen que las autoridades del país, implicadas directamente en la producción de dicho discurso, han vertido sobre la población, aleccionándola así acerca de la representación que ha de tener cada individuo de sí mismo en tanto que español. La España negra late incluso por debajo del mito constitutivo de la Transición española. Escribí un artículo para esta misma revista, titulado “La desintegración del mito fundacional de la monarquía parlamentaria”, en el que siguiendo el libro de Ferrán Gallego El mito de la transición, trataba de demostrar cómo por debajo de la dialéctica –en absoluto dialógica- de los antagonismos izquierda/derecha se escondía una concepción interesada de la Guerra civil española del 36-39 como lucha fraticida entre “dos españas”. En este artículo trataba de demostrar que no existieron dos españas, sino una, y que tal lucha fraticida no constituía sólo el impulso moral que debía servir de límite a la acción política actual –a falta de límites reales incardinados en organizaciones sociales e instituciones realmente desvinculadas material e ideológicamente de la política-, sino la estrategia política mediante la cual se constituía la nueva España como amistosa reconciliación de contrarios, todo lo cual no tenía otro objetivo que lograr la supervivencia de los elementos franquistas dentro de la nueva legislación. De hecho, se podría decir que la legalidad en el país cambió para asegurar que no se produjera el tan ansiado cambio sustancial.

Las ideas de dicho artículo pueden ampliarse, si entendemos la guerra civil como lucha fraticida y ésta a su vez como el episodio más lastimoso de la irrupción de la España negra, la España profunda, ese país salvaje en el que los hermanos están dispuestos a saltar los unos sobre los otros para sacarse las entrañas. De hecho, a la historia política de la guerra civil se han añadido otra gran cantidad de historias sangrientas, en las que los personajes son tan anónimos que popularmente ni se les conoce, en las que la confusión de la batalla y el odio ideológico servían de pretexto para que los españoles se mataran entre sí por viejas rencillas que eran incapaces de solucionar pacífica y dialógicamente. El mito de la transición no sólo ha encubierto la injusticia, sino que ha resucitado el fantasma, siempre latente, de la España ingobernable del todos contra todos, incapaz por sí misma de ser una comunidad libre y responsable de sí.

Reconocida socialmente la necesidad de huir de la violencia –física y verbal- en cuestiones sociales y políticas, a día de hoy sólo nuestras autoridades políticas y las mediáticas se encuentran en condiciones de dialogar entre sí. Esto se debe a varios hechos decisivos: primero, que la oligarquía que tradicionalmente ha gobernado el país, a falta de una auténtica legitimación popular, ha debido buscar la suya propia en modelos europeos que históricamente sí habían logrado legitimidad. Por ejemplo, por más que en España intenten meternos en la cabeza que nuestro sistema parlamentario es bipartidista porque imita el modelo norteamericano, a poco que se profundice en el tema se verá que si bien en América el problema reside en la distancia que la democracia representativa real presenta con respecto al ideal de democracia plena, en España debemos cuestionarnos si realmente existe democracia representativa. Tampoco hay división de poderes a la americana, ni material ni formalmente. Igual sucede con otras tantas categorías políticas y económicas. A día de hoy, una crítica seria al sistema económico del estado español no puede tomarse en serio si pretende juzgar a este como un capitalismo neoliberal. Muchos alegarían a esto que ojalá aquí se luchara económicamente en igualdad de condiciones sin preferencias logradas mediante cargos políticos.

Tampoco puede hablarse de estado liberal cuando la realidad es constituida íntegramente a través de un discurso político, identificado con el Estado, y con unos medios de comunicación cuya imparcialidad consiste no en articular una crítica a la vida política en general desde sus propios intereses económicos de gran empresa capitalista, sino en convertirse en correlato mediático y defensor a ultranza de las posturas políticas fácticas –no corrientes ideológicas- a las que representan. Un país en el que el discurso político configura íntegramente la realidad social –aunque su unidad consista en una eterna dualidad que presupone la lucha-, y donde esa misma realidad social es intervenida infinitamente mediante leyes que emanan verticalmente desde instancias políticas que están muy lejos de representar los intereses de los votantes, es decir, de leyes que no formalizan tendencias naturales o exigencias reales del pueblo, sino que se interponen entre él y la realidad, no sólo no es democrático, no sólo no posee un estado liberal, sino que su auténtica nomenclatura lo acercaría mucho más a esas otras realidades políticas cuyas ruinas históricas sirven precisamente de cimiento fundacional para la democracia representativa y el sistema parlamentario occidental de después de la II Guerra Mundial.

El mito de la Transición, en última instancia, ha escondido un secreto que, si bien estaba ahí guardado bajo siete llaves para que nadie advirtiera esta estrategia, ha sido por otra parte un secreto cuya realidad histórica nos es tan familiar que la hemos aceptado casi sin cuestionárnosla. La Transición está impregnada de sangre en sus orígenes. Una sangre hipotética y antigua que está más allá de la ideología política, o que convierte a esta en inútil justo en el instante en que el español mata porque lo lleva en la sangre, porque, a pesar de las proclamas, de las luchas sociales y políticas, de las reivindicaciones justas o injustas, mata porque está loco, porque es un enfermo. Finalmente, la guerra civil es concebida como aquel momento en que el país perdió la cabeza.

En realidad existen muchas categorías para designar el comportamiento patológico del español. Este comportamiento está constituido a fuerza de clichés históricos que han arraigado en la realidad psicológica y social justamente cuando la clase gobernante, carente de una legitimación realmente popular para el ejercicio de sus funciones, ha quedado al descubierto como una clase tiránica. Sólo logrando que España se concibiera a sí misma como un país aún por domesticar, un país peligroso para sí mismo, ha logrado, no legitimar, sino justificar un dominio tiránico de la sociedad que se ha aplicado con total verticalidad. En momentos de mayor bonanza económica tales dispositivos de dominación han continuado funcionando, si bien eran prácticamente inapreciables. Pero cuando la economía entra en quiebra y surge, a raíz de ella, el descontento social y la crisis amenaza con volverse institucional, se ponen al descubierto la impopularidad de las instituciones, la verticalidad de su ejercicio, que pasa a ser de gobierno a ser de dominio, y sobre todo la última ratio del poder: la fuerza. Hay quien alega que esto ya no es así, ya que el ejército está plenamente al servicio del poder civil. Sin duda se ha profesionalizado y modernizado, y desde luego la guerra que mantenemos contra Afganistán muestra hasta qué punto está al servicio de intereses políticos y económicos, como lo son las empresas de construcción privadas que se hacen ricas por sus contactos políticos. Sin embargo, no se trata tanto de saber ubicar la posición del ejército, como de identificar sobre qué fuerza se constituye el gobierno. Si su fuerza es popular podemos respirar tranquilos, ahora bien, puede que haya que volver la cabeza a otros cuerpos de seguridad del estado. Hay que recordar que el ejército del país, a diferencia de los países verdaderamente civilizados, tenía como máxima función salvar a España de los enemigos internos, según ley de 1878. Esta ley permitía al ejército recuperar el control del país siempre que estuviera en peligro. Para ellos, el peligro consistía en que el gobierno fuera verdaderamente popular. A este respecto se aprecia la ausencia de un cuerpo de policía bien preparado y armado que realizar las funciones de represión interna. Sin embargo, el poder, en aquellos años de los pronunciamientos y luego de los golpes de estado, no era precisamente civil o económico, sino que descansaba directamente en el ejército.

España es un país a medio hacer, un país que sufre un lento y traumático proceso de configuración nacional que tiende a la centralidad por la fuerza. La unión de las regiones es todavía una ficción discursiva. El concepto de unión no es aplicable a España porque según éste desaparece todo centro y con él toda verticalidad y jerarquía en el trato de los asuntos nacionales. La unión implica más un orden que un mando. La configuración de la nación española todavía es dependiente del centralismo. Tal centralismo implica una fuerte jerarquía, la verticalidad con que en última instancia se resuelven las cuestiones y, lo que es más traumático aún para todos los nómadas errabundos de la península ibérica, una relación salvaje con el español.

El conflicto es interno, y en tiempos de pacificación interna la relación es aparentemente de gobierno, el cual ha de poner orden en la pluralidad, en la materia desordenada, pero de reconocida existencia. Pero en tiempos de conflicto, tal como el que se avecina o, mejor dicho, en el que estamos ya inmersos, la relación que guardamos con la idea central de la nación española muestra su auténtico rostro represivo. Pasa de ser una relación de gobierno a ser una relación de imperio, y la existencia de la materia que hay que conquistar sólo es reconocida en la medida en que el discurso la inciviliza, la desnuda, para disponerse otra vez al proceso civilizatorio del que la hace presa inmediatamente.

Decía que muchos son los conceptos que pueden aplicarse al supuesto espíritu dañino y anarquista –en su sentido peyorativo, no político- del español. Desde una perspectiva clínica, sería un loco, esto es, alguien que está por curar. La sociología, con relación a la sociedad de consumo, ha identificado un cierto síndrome de Peeter Pan en el español medio, sin darse cuenta de que mientras en otros países tal definición sirve a una comprensión de los movimientos sociales, en España se convierte en aliada de la estrategia política que infantiliza al individuo para justificar una actuación que tiene su modelo más inmediato en el padre generoso, pero dominador y, llegado el caso, sancionador. También la sociología puede relacionar su concepto con el del salvaje, aunque este más bien lo dejamos para la religión. La religión llama a este fenómeno “evangelizar”. Si en España ha habido siempre una actitud frente a la iglesia católica que ha combinado la subordinación a regañadientes con el desprecio más absoluto y el ansia radical de acabar con todo indicio de religiosidad, ha sido porque la Iglesia católica ha sido siempre “de púlpito”, es decir, vertical, desde arriba y en latín a un pueblo que está abajo y no entiende. Y en último término siempre ha estado más cerca de los intereses políticos y materiales que del pueblo al que decía proteger contra el maligno. Para la iglesia católica el español es el eterno salvaje. Debe reconocerle capacidad para el bien, pues de otro modo no podría aplicarse a su salvación. Pero de otra parte ha fomentado el acto de comulgar posterior a la confesión para asegurar la continua caída de aquel que sólo está en auténtica gracia con Dios cuando se arrodilla frente a la capilla del confesor y luego comulga. Sólo en este instante el salvaje abandona su condición de salvaje y se convierte en puro, pero justo después de salir de la Iglesia, cada domingo, vuelve a entrar en contacto con la corrupción del entorno, que no es otro sino el mundo. El español-salvaje cae inmediatamente en el pecado. Incapaz de llevar una vida moral –en un sentido kantiano-, se le concede el salvoconducto de la hipocresía, de la doble moral, con la ventaja de poder confesarse al fin de semana siguiente. Lo que unos ojos expertos llamarían sin lugar a duda proceso de corrupción moral de una nación, la iglesia lo ha denominado “evangelización”, que históricamente y dadas las circunstancias y los intereses materiales de la propia institución eclesiástica ha ido cobrando la forma de una eterna evangelización que no acabará nunca, y que por tanto se ha asegurado de esta manera su permanencia eterna sobre suelo nacional. Este doble juego de la iglesia explica la paradoja que sienten muchos aficionados de la historia cuando se acercan a un periodo como el del franquismo. Les choca encontrarse con una realidad tan moralizante con cuestiones, por ejemplo, como el sexo, que a su vez es una realidad obsesionada con el sexo y las mujeres hasta el punto de tolerar y hasta fomentar la infidelidad y el abuso de la mujer. Muchos han visto en este fomento de la infidelidad del varón español una estrategia de las instituciones para que los españoles dispusieran de una vía de escape y así evitar que la represión religiosa acabara en explosión popular. Sin duda habrá tenido estos efectos, pero no son buscados. La auténtica explicación de esa dualidad se encuentra en la necesidad de mantener un juego de imágenes y representaciones que combina la disposición para el bien, y por tanto la posibilidad de la salvación, con una imagen distorsionada, deformada, del monstruo que el español lleva dentro, ese monstruo tan monstruoso que ni él puede hacerse cargo de su domesticación, debiendo dejar el trabajo en manos de instituciones preparadas.

La relación política en España ha actuado de forma idéntica. Esta relación de dominio directo está tan presente en nuestra política que incluso puede descubrirse al salvaje parricida y fraticida en el mito fundacional del sistema actual. Tan inestable como todos los otros, ha colocado en su seno a la España negra, a esa España que deja de ser una nación, un país que debe arropar a sus habitantes, una comunidad de iguales –no sólo jurídicamente, sino realmente- para convertirse en un páramo hostil, en una especie de desierto por el que vaga un ser primitivo, desarraigado, que corre frenético a buscarse la vida mientras sobre su cabeza pende eternamente la espada de Damocles, que no es otra cosa sino la acción de dioses infinitos, instalados en un cielo inaccesible, que juegan alegremente al juego de las dos manos: con una le exigen un comportamiento civilizado y correcto, y con la otra lo sacian de vicios y lo corrompen. A los años del alcoholismo siguieron los de la drogadicción. Es significativa una escena de Nacional III en el que el Marqués de Leguineche soborna al siervo –Luís Ciges- para que se divorcie de su esposa ya que ésta se quiere casar con el marqués. Este primer soborno es encargo de la esposa, Chus Lampreave, que es una trepa capaz de todo con tal de formar parte de la nobleza. Y una vez hecho esto, el marqués, le paga una segunda cantidad para que no lo haga, para que traicione el soborno de su mujer y acceda al suyo, pues no quiere casarse. El marqués logra su chanchullo y corrompe al siervo. No eran diferentes aquellas tres criadas de Ana y los lobos de Carlos Saura, que a pesar de ser las sirvientas ocupaban un preciso lugar en la comedia sobre la nación. La España de la transición se justifica en último término sobre el mito del español salvaje capaz de matar, no por malo, sino por enfermo, por loco, por salvaje.

El enemigo de España nunca ha sido externo. Un gran enemigo a las puertas y un país lanzado en una guerra sangrienta contra dicho enemigo habría supuesto, quizá, el nacimiento de una nación. Nuestras autoridades jamás han permitido que suceda tal cosa, y han preferido mantener la imagen de los enemigos externos sólo de puertas para adentro, como propaganda, mientras ellas se encargaban de las relaciones con él. Hoy día ya no es un secreto que el régimen franquista negociaba con la Unión Soviética y con Méjico mientras a los españoles se les ponía la cabeza loca con los peligros que suponía cualquier contacto con lo soviético o lo mejicano. Lo mismo sucede con Venezuela, sobre la que se proyecta un odio que varía en intensidad de semana en semana. En España el enemigo real para los gobernantes ha sido interno y lo ha encarnado una sucesión de insurrectos a los que se les ha aplicado el concepto de turno. Si bien nuestros gobernantes siempre han buscado su justificación en los modelos extranjeros legítimos, transformándolos a la típical ispanish –es decir, escondiendo detrás de su fachada las verdaderas y rancias relaciones históricas de dominio-, a sus enemigos internos les ha aplicado el concepto negativo que representaba un peligro para dichos sistemas legítimos. Tal es el juego de imágenes y representaciones que hay que desentrañar eficazmente para no caer en errores a la hora de lanzar una crítica efectiva al Estado. No cabe permitir que sus insurrectos sean tachados de antidemócratas cuando en España no se desarrolla una democracia. Pero por lo mismo, no cabe verter críticas sobre el estado español llamándolo liberal en lo económico y político, y ni mucho menos conservador en lo social. Nuestro estado nunca ha sido moralista. Impone modelos conservadores de conducta mientras que por lo bajo se encarga de corromper a la sociedad, asegurándose así, en lo sucesivo, su labor redentora.

En tiempos de crisis económica, que comienza a extenderse visiblemente a la política y amenaza con volverse crisis institucional, el pueblo salvaje de la España negra vuelve a convertirse en el centro del discurso configurador de la sociedad. Igual que en otras épocas era el púlpito de la Iglesia el medio más efectivo para difundir la propaganda del Estado, que en España no consiste sino en la continua criminalización del pueblo, ahora el medio por antonomasia es la televisión. Allí, en esa pantalla, el español obtiene la representación de sí mismo que necesita, y ésta, en vez de mostrar modelos positivos de conducta capaces de configurar positivamente la sociedad, prefiere darse al doble juego típicamente español. Pasa en pocos minutos, gracias a la rápida sucesión de programas, del discurso moralizante a contenidos de un gran machismo encubierto o de un afán por todo lo material y desprecio de todos los principios éticos, no sin descender de tanto en tanto al abismo de los infiernos populares para mostrar la imagen grotesca del pueblo llano. En el último anuncio de loterías del Estado el reclamo publicitario era, textualmente, dejar de trabajar, o sea vivir de las rentas, un ejemplo de cómo la oligarquía española imprime su corrupción en el resto de la población. Otro ejemplo claro es el programa de Cuatro, Callejeros. Si se analiza el contenido de este programa de televisión se descubrirá que no cumple ninguna función social ni aporta nada positivo. Es puro morbo, pero con algo más. Quizá por una intención explícita, o quizá por caer inconscientemente en la dinámica histórica propia de país, el programa cumple su función de delimitar claramente dos mundos: el de la gente correcta, representada por el mismo individuo que realiza la entrevista y que rebaja su tono formal y erudito, mostrándose amigable y llano, para poder contactar pacíficamente con el pueblo, y la imagen del pueblo en sí, un pueblo drogado, salvaje, sin remedio, por el cual hay que sentir lástima pero con el que, desde luego, por su grado de corrupción endémica, no se puede contar para nada, y menos para entrar a formar parte de la vida social y política del país. Si los reporteros de Callejeros descienden al pueblo en son de paz, es porque se adentran en terreno hostil.

Pero Antena 3 televisión se lleva la palma. Programas como Curso del 63 ponen de manifiesto la continua campaña de demonización de los adolescentes españoles, a la vez que adolece de una falta total de moralidad al hacer apología de las técnicas de educación franquistas sólo como medio para el espectáculo. Esta cadena no sólo juega y tergiversa una idea sobre la educación que ya había pasado a formar parte de la tradición –la condena a los medios represivos de educación tan común en España y de la que ya Galdós dejó constancia en Tormento, que han expresado, dentro de la escuela, esa misma relación de verticalidad representada por toda una mentalidad- sino que se encarga sistemáticamente de mostrar, de continuo, los peligros a los que está sometido el español de bien con una legislación tan débil.

Mientras que nuestras instituciones son santas y no cabe sobre ellas más crítica que aquella que se hace desde el respeto democrático, el pueblo español es continuamente mostrado en su aspecto más terrible y despiadado. Rubalcaba ha llegado a decir que el Gobierno no ha mentido jamás, lo cual no sólo es, cuando se aplica a la política, una mentira por definición, sino que es la peor, pues muestra una absoluta falta de respeto por la inteligencia del personal. Nadie critica una institución como la Corona, habiendo convertido todos los profesionales de la información en los nuevos cortesanos. Y la máxima tertulia política es aquella que se elabora sobre la base de la medida pantomima de posición-oposición que llevan acabo los dos partidos. Pero el español medio, el anónimo, el del pueblo televisado, se mata en la carretera porque conduce borracho, porque es imprudente, porque se droga. No tiene dinero porque es un derrochador. Si en España se mueve la droga no es por culpa de los auténticos capos de la mafia, sino porque los jóvenes son unos viciosos incontrolados que deben despertar el recelo y las sospechas de sus padres, instalando así la intriga en el interior de los hogares. Y todo esto es coronado con el relato de sucesos de crímenes brutales cometidos por aquella gente humilde que, en boca de sus vecinos, parecían tan normales. Cierto que en todas las sociedades se cometen crímenes y violaciones, pero es aquí donde estos sucesos se convierten en noticia de primera página, llenan espacios televisivos durante semanas y son relatados en el tono patético y condenatorio que prepara el camino para el doble juego: mostrar carnaza, mostrar la peor parte del ser humano, sin más límite que impedir que tal imagen llegue a tocar a la alta sociedad. Tales fenómenos sociales de depravación del pueblo se convierten en promesas políticas de mayor control. La imagen de la pobre víctima es retransmitida hasta la saciedad para obligar a pensar la acción política y judicial en términos viscerales.

El pueblo mediatizado ya no es el de la transición, que quería libertad. Ahora exige seguridad, dada la terrible imagen que tiene de sí. De tanto en tanto, en medios cercanos a la derecha, publican estadísticas que indican la preferencia de los españoles por la seguridad que por la libertad, lo cual es interpretado a su vez por las autoridades como el beneplácito para contratar más policías y colocar más cámaras de vigilancia. Otra vez, el pueblo es el malo, es el salvaje al que hay que mantener vigilado. Se reproduce otra vez la tiránica relación hobbesiana que convierte al español en un lobo para el español, imagen continuamente difundida en los medios. La dinámica schmittiana de la configuración de una nación con respecto al enemigo externo que define un “nosotros” y una frontera común, se lleva a cabo en el seno mismo de nuestra sociedad y se tropieza con fronteras internas. El miedo del ciudadano se extiende y permite la presencia tan significativa de un “sereno”, y más y más patrullas de policía que convierte una sociedad en una ciudad en estado de excepción. Un miedo estúpido e insólito, ya que cualquiera puede ser el criminal, hasta uno mismo. El pueblo es otra vez aquel pueblo que mostrara Pilar Miró en su fantástica película El crimen de Cuenca. ¿O es que no recuerdan las imágenes y el tratamiento del caso Marta del Castillo, del pueblo en la puerta de los juzgados abucheando a los culpables, como salvajes todos, mientras son escoltados por la autoridad competente los supuestos culpables, a esa otra reconstrucción de los hechos del crimen de cuenca mostrados en la película? En la cadena de televisión 7 popular, de la región de Murcia, en un programa con Irma Soriano, con relación al caso Marta del Castillo, se hablaba seriamente de la necesidad de recuperar algunas leyes antiguas –franquistas- gracias a las cuales se puede condenar a alguien de asesinato aunque no aparezca el cadáver asesinado. Incluso se llegó a elogiar la ley de vagos y maleantes. En el programa se dijo claramente: el problema de las leyes actuales es que son tan permisivas y blandas que no dejan meter a los culpables en la cárcel. Es decir, que para aquellos tertulianos los sospechosos ya eran culpables, incluso antes de un veredicto judicial.

miércoles, 19 de agosto de 2009

La desintegración del Mito fundacional de la Transición


Breve reflexión histórica sobre las causas de la desintegración del Mito fundacional de la Transición y su relación con la crisis política e institucional actual.


En las últimas elecciones al parlamento europeo el PSOE ha desplegado una campaña publicitaria que consistía en un enorme cartel dividido en dos colores: rojo, que venía a representar al bloque socialista de tendencia obrera y que se hacía comprensible desde su ubicación en una larga tradición política, y azul, identificado con la tendencia derechista y conservadora del Partido Popular (antes Alianza Popular fundado por el ministro franquista Manuel Fraga), fundamentalmente anti-obrera. En tiempos de crisis económica, este juego de representaciones puede funcionar electoralmente.

La división del color pretende evocar tendencias políticas tradicionales de signo antagónico, pero cuya coexistencia pacífica es posible gracias al marco legal -constitucional- en el que se desarrollan. Pero el juego de representaciones simbólicas que implicaba este anuncio ha de ser analizado más en profundidad, ya que en su misma configuración se encontraban elementos de justificación de los poderes fácticos, políticos e institucionales, que arraigan en la complicada historia de España del siglo XX y que tienen su origen, concretamente, en el año 1936.

Analizar este anuncio es discernir con claridad las fuerzas morales legitimadoras de los poderes políticos actuales y descubrir así cuáles son sus astucias, sus artimañas. Y también pueden ponerse de manifiesto, en una última reflexión, los motivos -internos a los propios valores morales que justifican dichos poderes- por los que se ha llegado a un claro nihilismo político por culpa del cual cada vez existe una mayor inclinación a ofrecer el aval a tecnócratas capaces de estar más allá de toda ideología política, pragmáticos, eficaces y, por tanto, desligados de lo que consideran prejuicios éticos.

Por ese camino, pues, pueden sobrevenir nuevas formas de fascismo basadas en el principio extremo, descarnado, de utilidad y eficacia que en un primer momento, al no evocar formas clásicas de fascismo que han pervivido en la política española hasta la actualidad, pudieran pasar inadvertidas o no ser claramente identificadas. Para encontrarlas es menester comprender la crisis política actual como crisis de valores morales fundacionales, y por tanto, hay que explorar a fondo el mito inaugural en el que arraigan dichos valores. Además, una sociedad fundada en un mito implica un hieratismo de origen que ha obligado a las fuerzas políticas a sostener una dinámica peculiar basada en una dialéctica peligrosa: a la vez que actualizaban el mito por la necesidad de legitimarse a sí mismos, lo vaciaban de contenido moral al tener que reinterpretarlo a la luz de circunstancias nuevas ya muy lejanas en el tiempo del acontecimiento histórico real gracias al cual se forjó dicho mito.

Regresando a la configuración del cartel publicitario, podríamos decir que en un primer momento de lo que se trata es de dar la impresión a los votantes de que, aún hoy día, continúan existiendo dos españas en las cuales han de ver reflejados sus intereses y para cuya representación existen también representantes. Por esta idea de las dos españas es donde debe comenzar el análisis del mito fundacional constitucional que nos lleve a comprender la crisis de valores políticos -ideológicos- y la cada vez más rotunda afirmación del principio puramente instrumental de utilidad, muerta la ideología, entendida ya por muchos como rémora. Porque el peligro es la explosiva mezcla de una política que se afirma cada vez más como pura eficacia, pero que a su vez aparece desligada de un nuevo e intensivo discurso social claramente conservador, y que se difunde a través de los mass media, sobre todo, y los productos culturales derivados (cine, telefilm, música o series de televisión) Al aparecer el discurso conservador desligado de la política tecnocrática, es imposible vincular ésta con formas de derecha tradicional que permitan en último término el calificativo de fascismo. Y sin embargo, no por ello dejan de apoyarse mutuamente (política tecnocrática y moral conservadora) en su despegue inicial. Lejos de ser excluyentes, realizan una labor de simbiosis cuyos efectos se dejan sentir en la realidad.

Hablar de “dos españas” es un reduccionismo que difícilmente puede aplicarse a la realidad española y su enorme complejidad. De hecho, la expresión de “las dos españas” puede considerarse, con todas las de la ley, el mito de producción interna gracias al cual se ha posibilitado la fundación del actual régimen constitucional definido como Monarquía parlamentaria. Con esto dejo claro que no considero la Guerra Civil española un mito en sí mismo, sino el acontecimiento histórico real que ha posibilitado, mediante la interpretación interesada, la producción del mito fundacional de la Monarquía Parlamentaria.

Digo “mito” porque no existieron dos españas en ningún momento, sino una sola, una II República legítima instaurada en parte por el fervor popular, en parte por el colapso de la monarquía, República que se vino abajo por cuestiones internas (la traición de los generales del ejército, que establecida la ley de 1878 pasaban del pronunciamiento al Golpe de Estado, asustados no tanto por la república en sí misma, sino porque ésta hubiera posibilitado, vía democrática, la victoria legítima del Frente Popular, donde veían claros indicios de una posible revolución social sobre la que se cernía la sombra del Octubre Rojo) Es cierto que existió desconfianza hacia el orden republicano desde todos los frentes. Analizar los motivos es entender los efectos que una larga tradición de desengaños políticos arraigados en el siglo XIX tuvieron en la psique de los principales agentes involucrados. La historia del liberalismo y el progresismo durante el siglo XIX es la historia de una continua esperanza para las capas populares que viene siempre acompañada de un continuo desengaño. Quizá la película que con más fuerza ha representado este desengaño sea la genial El crimen de cuenca, en la que se aprecia claramente que, en la batalla política, era el pueblo el que siempre salía mal parado.

España es el lugar donde las elites que representaban a la izquierda han confiado, en último término, más en el orden que en la revolución social, y este amor por el orden como lo prioritario es lo que las ha aproximado más a los supuestos enemigos conservadores a derrocar, que al pueblo al que pretendían representar. De hecho, la izquierda oficial ha tendido siempre a un cierto aristocratismo. Esta tendencia se ha repetido hasta nuestros días con la victoria en la democracia actual del PSOE de Felípez González y su traición continua a la causa obrera, traición que llevaba aparejada la búsqueda de legitimidad en las raíces de los movimientos obreros revolucionarios que lucharon contra el fascismo. Los que en su día se consideraban verdaderamente de izquierdas también desconfiaban, en este sentido, de una República que bien podía convertirse en el correlato histórico del fracaso liberal y progresista de la España del XIX. Todas estas sospechas y temores debían de estar muy presentes en aquellos hombres que venían, con optimismo, en el triunfo del Frente Popular un primer paso hacia la revolución social. Prueba de que no se equivocaban del todo en su desconfianza hacia la República es que esta, finalmente, tuvo más miedo a la revolución social que al mismísimo fascismo, con el cual compartía los conceptos de orden y jerarquía. Por otra parte, el miedo de los políticos republicanos a la revolución social estaba justificado en la autonciencia de constituir una burguesía débil incapaz de hacerse cargo de la Revolución (tal como en su día hicieron los jacobinos) y que, por tanto, sería tragada por ella. Quizá, lo que tenían en común los políticos moderados de la República, por progresistas que fueran, con los elementos conservadores y golpistas, era el miedo a que en España sucediera lo que en Rusia: una revolución social que, finalmente, nadie pudiera controlar. Manuel Azaña, al llegar a Barcelona, veía con ojos de terror los mismos acontecimientos que George Orwel, en sus descripción de Cataluña, había exaltado: el lugar donde el movimiento obrero revolucionario había conseguido configurar una sociedad de hombres iguales y libres.

En su desmoronamiento, la II República arrastró a toda la población civil y a los elementos más combativos del campesinado a una sangrienta guerra contra los golpistas, tras la cual se impusieron cuarenta años de dictadura totalitaria en un régimen que tuvo su impulso en el fascismo de principios de siglo. El mito de la Transición, de Ferrán Gallego, ofrece una visión crítica de la historia ideológica más reciente de España. Demuestra que en el núcleo mismo del mito de la reconciliación de las dos españas antagónicas (que desplaza la culpabilidad de la guerra civil española del 36 a una especie de locura común ilocalizable y por tanto exime de responsabilidad a los verdaderos verdugos) en el núcleo mismo se inscribía la necesidad de entender de la guerra civil como generada desde dos bandos bien definidos (que eliminaba la visión de la traición de los generales golpistas sustituyéndola por la visión de un frente militar independiente en desacuerdo con la República), los cuales, en la actual Monarquía parlamentaria, van a servir de refuerzo ideológico a una forma de parlamentarismo definida por un eterno bipartidismo (cada vez más consolidado) que pretenderá representar por sí solo el papel de lo que en terminología habermasiana se ha llamado “la civilización del conflicto” por su conversión en conflicto dialógico. Su permanencia (la de los dos partidos) ha dependido de reactualizar constantemente, en cada acto electoral, el mito del bando rojo y el azul, de la España eternamente enfrentada que ha de llegar a un acuerdo verbal (parlamentario) antes de coger las armas. Es decir, un mito que, a la vez que mantiene a los políticos en el poder al darles una legitimación histórica que tiene su impulso moral en el año 36, presupone una imagen salvaje del pueblo español, ahora votante.

En este sentido, y al tratarse del sistema parlamentario actual, en vez de hablarse de “la civilización del conflicto” mediante el discurso parlamentario, debería hablarse del logro de la Transición por su capacidad a la hora de institucionalizar la “pantomima del conflicto”, que se lleva reproduciendo y representando en el Parlamento durante treinta largos años. Es decir, las fuerzas políticas actuales todavía hoy tienen su legitimación en la lectura interesada que se hizo de un acontecimiento sucedido hace ya casi un siglo. El acontecimiento en cuestión es la Guerra Civil española. Fue tan sangrienta, tan dolorosa para miles de españoles, fue tan significativa para la historia posterior, fue un error tan profundo y una traición tan desmedida, y los abusos cometidos por el gobierno golpista a la luz legitimadora del espíritu del 18 de Julio fueron tan constantes y quedaron tan impunes, que aquel acontecimiento histórico fue capaz de generar un impulso moral tan intenso que sus efectos se han dejado sentir durante casi un siglo. La Guerra Civil española es un volcán que ha irradiado energía todo este tiempo, a cuyo resguardo se ha generado el espectro conceptual (y estético) político más consistente.

Otro factor que ha contribuido a que la Guerra Civil del 36 haya constituido un impulso moral e ideológico hasta nuestros días, es, no sólo que se convirtiera en el mito fundacional de la Transición (hecha en gran parte por los mismos elementos franquistas -Adolfo Suárez era uno- para impedir una auténtica evolución democrática), sino la misma censura franquista. Ésta impidió durante cuarenta años que en España se realizar una auténtica y profunda reflexión sobre la guerra civil y sus consecuencias posteriores, y esto contribuyó a que el periodo de libertad que se inauguró tras la Transición venga marcado por un afán de análisis de la España de entonces y de la Guerra Civil que casi ocupó todo el esfuerzo académico o artístico. Es decir, por fin se podía estudiar el caso con sinceridad, hablar de él, y esto condujo a una producción de la Guerra Civil y del franquismo sin precedentes, que, queriendo o sin querer, contribuía a la consolidación del mito fundacional de la Monarquía parlamentaria, al presentar una España libre donde se podía pensar. Se puede objetar que el auténtico refuerzo moral que legitimó el actual sistema se encuentra en la astucia del Rey para aparecer en los medios como salvador de la España de las libertades frente al golpista Tejero, el 23-F. Sin embargo (y con independencia del nivel de implicación de la propia monarquía tanto en el golpe duro como en el golpe blando, consistente en un gobierno de concentración al que se negó Tejero, quien pensaba en una Junta militar) los miedos que suscitó la intentona golpista del 23-F también tenían su origen en la Guerra Civil del 36. Si el rey aparecía como salvador no era sólo de las libertades civiles recién conquistadas, sino, y sobre todo, por haber librado a los españoles de un segunda guerra civil. Con independencia de que esta fuera posible dadas las circunstancias de entonces, muchos españoles tenían fuertemente arraigado el miedo a la guerra, y esta circunstancia -quizá puramente subjetiva y sin fundamento- aumentó el prestigio de las instituciones democráticas. Como quiera que se mire, se vuelve al mismo acontecimiento. Incluso si se piensa en la legitimidad del actual sistema desde la lucha de los jóvenes universitarios de los años 60 y 70, se vuelve a la Guerra Civil, ya que tal lucha, aunque muchas veces era animada por un rechazo a la reformas que mercantilizaban la universidad o incluso por un rechazo al capitalismo (así comienza el libro de José Ribas Los setenta a Destajo, Ajoblanco y libertad), fue interpretada interesadamente como lucha contra el franquismo.

El análisis crítico de Ferrán Gallego muestra cómo fue, curiosamente, el Partido Comunista de Santiago Carrillo el que también alimentó el mito de las dos españas enfrentadas en lucha fraticida, y lo hizo con un móvil puramente estratégico: el de aceptar las condiciones de la Monarquía restaurada por el dictador Francisco Franco (en un intento de legitimar la dictadura cara a Europa), a cambio de ser incluido como partido legal en el nuevo sistema parlamentario, junto con otras fuerzas políticas. De hecho, puede considerarse que gracias a este mito de la Transición, el franquismo logró lo increíble: un franquismo sin franco, una cuarta mutación en la que se jugaba su supervivencia, su paso de una monarquía imaginaria, con sus reyes en una especie de limbo mientras permanecía Franco en el poder, a una Monarquía Parlamentaria legítima, mutación que regeneró cara al público a las antiguas fuerzas franquistas, disfrazándolas de demócratas, y gracias a la cual lograron la permanencia en el poder todos aquellos elementos que se habían hecho fuertes durante el régimen dictatorial, desde políticos hasta banqueros, pasando por empresarios, funcionarios... Es decir, una Transición que hizo posible el que España continuara siendo lo que había sido siempre: un país de aristocracias. El mito de la reconciliación, al final, posibilitó lo inconcebible: el reconocimiento de la culpa de los franquistas (según el mito fundacional sería de una parte de la culpa, según la reproducción de los dos bandos enloquecidos) y, a la vez, su absolución y perdón, permitiéndoles, no sólo no comparecer en un tribunal por crímenes contra la Humanidad, sino continuar sus funciones al frente de las mismas posiciones (de gobierno, de defensa, de economía...) que ocupaban.


Pero el mito de las dos españas, que arraiga en la Guerra Civil, va perdiendo fuerza, está en crisis, y esto se debe a varios motivos: de una parte, la guerra ha sido empleada por toda suerte de fuerzas políticas para buscar legitimación. Su manipulación ha permitido encontrar un hueco en el panorama político español a agrupaciones políticas que continuamente traicionan su espíritu, pues lo utilizan para llevar adelante su propia noción de política social y económica, o incluso sus intereses de partido y, a veces, intereses meramente personales, una carrera por el éxito social y económico.

De otra parte, si bien buscaban el mito para hallar hueco, este mismo mito, con su fuerza moral propia, ha impuesto sus límites a la actuación política, obligándola a adaptarse a él o a poder ser interpretada como una contribución a su gloria. Por ejemplo, que un partido socialdemócrata que no tiene sus intereses concretos y reales en el año 36, sino en este 2009, deba, para todas las acciones políticas que caen dentro del sistema actual, demostrar que de algún modo éstas están en sintonía con su propio espíritu fundacional de partido que a su vez arraiga en el mito de las dos españas y la reconciliación durante el periodo de Transición, que deba demostrar esto significa, no sólo que dicho mito es también reinterpretado a la vez que se interpretan las acciones políticas en sí, sino que, dicho mito tiene la fuerza suficiente como para imponer una limitación, a la cual, por su naturaleza hierática, se le busca la vuelta mediante esta continua labor interpretativa, que es, en el fondo, casi como la interpretación de las Sagradas Escrituras que haría una Casta Sacerdotal encargada históricamente de mantener intacta la palabra de Dios, pues es de naturaleza eterna, como todo mito, pero que, a la vez, ha de ser dinamizada por motivos de una realidad cambiante en sí misma que no permite el hieratismo característico del mito.

Pero que la Guerra Civil haya funcionado como un límite también ha contribuido a que pierda cada vez más intensidad como fuerza moral fundacional. Que los partidos políticos, para llevar adelante sus propios proyectos tantas veces contrarios a los colores que decían representar históricamente, hayan tenido que ajustarse al mito mediante una interpretación interesada que lo tergiversaba (incluso a veces contradecía), ha producido un continuo desgaste, un efecto de erosión debido al cual muchos miembros de una nueva generación miran con desconfianza todo lo que suena a Guerra Civil española del 36, pues parecen seguros de estar frente, no a un recuerdo histórico merecido, sino expuestos a la manipulación de las fuerzas políticas en curso. Cierto que a fuerza de bordear el límite moral de la Guerra, tal límite ha terminado socavándose.

El peligro: la máscara ideológica de los Partidos les ha permitido llevar adelante sus propios proyectos. Pero las máscaras pesan y han debido cargar con ellas. También el mito ha tenido un efecto regulador, gracias al cual podían identificarse claramente los peligros por los que la sociedad española podía pasar, y adelantarse a ellos. Las aspiraciones imperialistas o napoleónicas de cualquier dirigente de la derecha tradicional (y me estoy refiriendo a José María Aznar durante sus últimos cuatro años de gobierno) podían sacarse a la luz con gran facilidad con sólo una alusión a los fascismos del siglo XX, o comparándolas con las aspiraciones totalitarias de los caudillos militares. No era difícil, por declaraciones hechas a la prensa, ver en Ana Botella la herencia de Carmen Polo, alusiones y comparaciones que, más o menos serias (a veces en clave de humor), más o menos fundamentadas, actuaban como un límite. Tales alusiones las hacían grupos mediáticos no por amor a la libertad, sino por tener sus intereses materiales más cercanos a la oposición. Pero fuera como fuera, el arsenal de imágenes y símbolos que ofrecía la historia española, entrelazada por la tradición, contribuía a la identificación de los peligrosos fascismos de corte más rancio.

Sin embargo, ahora que la sociedad atraviesa una crisis, no sólo económica, sino política, ahora que la confianza en las fuerzas políticas tradicionales se va rompiendo, pues cada vez resulta más evidente que ninguna representa en realidad a aquellos sectores de la sociedad e ideas que dicen representar, ahora sí que puede emerger de entre el espesor y el desconcierto (y el descontento) una agrupación política que no sólo esté más allá de la ideología, sino que, además, pueda jactarse de ello apelando tanto a la inteligencia como a la necesidad de renovación y superación de las viejas fórmulas, a la vista que fracasadas. Una fuerza política que mire con desdén los viejos antagonismos, como rémoras que impiden el verdadero desarrollo de las fuerzas nacionales necesarias para salir de la crisis.

En definitiva, una fuerza política apoyada sólo en principios de eficacia cuyas aberraciones puedan ser toleradas gracias al giro conservador que ha dado la sociedad mediante la intensiva labor de los medios de comunicación. Si las máscaras ideológicas pesan, pues someten al hieratismo del mito inaugural, tal agrupación política no tendría que aguantar el peso de la tradición. Además tal grupo político podría aprovechar la coyuntura de esta crisis institucional y política, garantizando mediante su permanencia en el poder la permanencia de las instituciones. Y ello jurando lealtad a una serie de principios que fácilmente podrían ser traicionados posteriormente por un grupo que, a su vez, pretende desenvolverse sin arrastrar el peso de la ideología, ligada a dichos principios por su origen histórico.

Existen ya agrupaciones de este signo, y no son precisamente aquellas cuya siglas recuerdan los años de franquismo, pues estos son partidos que si bien pueden representar un peligro para las libertades, y que en tiempos de crisis también proliferan, están vinculado inexorablemente al mito fundacional de la Transición, en el que laten todavía las aberraciones de la Guerra Civil del 36 producidas por los nacionalismos exacerbados característicos de los albores del siglo XX. En España, por la confluencia de intereses puramente elitistas que se ha dado continuamente a lo largo de la Historia, por las guerras intestinas de poder, los mitos fundacionales no tienen la misma fuerza que en otros países, donde aguantan siglos y son capaces de generar una auténtica comunidad social y política. Por eso, cada cierto tiempo los mitos se descomponen, y esto mismo le sucede al mito de la Transición dada la irresponsabilidad de los políticos en su lucha encarnizada por el poder y sus alianzas integradas en la ideología que dicen representar por una interpretación ad hoc.

lunes, 1 de junio de 2009

Adiós clae media adiós. De Ramón Muñoz


Este artículo es de Ramón Muñoz, colaborador de El País, escrito para Kaosenlared.net. Lo he introducido completo y como entrada porque considero que su lectura arroja mucha luz sobre la relación entre la estructura social actual y sus variaciones y la compleja situación económica. Con respecto a las clases sociales españolas, su lectura me parece imprescindible.
Ridiculizada por poetas y libertinos; idolatrada por moralistas; destinataria de los discursos de políticos, papas, popes y cuantos se suben alguna vez a un púlpito en busca de votantes o de adeptos; adulada por anunciantes; recelosa de heterodoxias y huidiza de revoluciones; pilar de familias y comunidades; principal sustento de las Haciendas públicas y garante del Estado de bienestar. La clase media es el verdadero rostro de la sociedad occidental. En un mundo globalizado, en el que hasta en el más mísero país siempre se puede encontrar a alguien con suficientes medios para darse un paseo espacial, sólo la preeminencia de la clase media distingue los Estados llamados desarrollados del resto. Los países dejan de ser pobres no por el puesto que ocupan sus millonarios en el ranking de los más ricos -de ser así, México o la India estarían a la cabeza del mundo dada la fortuna de sus potentados-, sino por la extensión de su clase media.

Pero parece que la clase media está en peligro o, al menos, en franca decadencia. Eso piensan muchos sociólogos, economistas, periodistas y, lo que es más grave, cada vez más estadísticos. Como los dinosaurios, esta "clase social de tenderos" -como la calificaban despectivamente los aristócratas de principios de siglo XX- aún domina la sociedad, pero la actual recesión puede ser el meteorito que la borre de la faz de la Tierra. Siguiendo con la metáfora, el proceso no será instantáneo sino prolongado en el tiempo, pero inevitable. La nueva clase dominante que la sustituya bien pudieran ser los pujantes mileuristas, los que ganan mil euros al mes. Tal y como sucedió cuando los mamíferos sustituyeron a sus gigantes antecesores, los mileuristas tienen una mayor capacidad de adaptación a circunstancias difíciles. También se adaptan los pobres, pero no dejan de ser excluidos, mientras que los mileuristas son integradores de la masa social. Por eso se están extendiendo por todas las sociedades desarrolladas.

El mileurismo -un término inventando por la estudiante Carolina Alguacil, que escribió una carta al director de EL PAÍS en agosto de 2005 para quejarse de su situación laboral- ha dejado de ser un terreno exclusivo para jóvenes universitarios recién licenciados que tienen que aceptar bajos salarios para hacerse con un currículo laboral. En los últimos años ha incorporado a obreros cualificados, parados de larga duración, inmigrantes, empleados, cuarentones expulsados del mercado laboral y hasta prejubilados. Se estima que en España pueden alcanzar en torno a los doce millones de personas.

Su popularidad es tan creciente que ya hay varios libros dedicados exclusivamente a los mileuristas, tienen web propia y hasta película. Se llama Generazione 1.000 euro, una producción italiana que se acaba de estrenar. Cuenta la historia de un joven licenciado en matemáticas que malvive en una empresa de mercadotecnia y se enamora de otra mileurista. Basa su argumento en el libro con el mismo título que triunfó gracias a las descargas gratuitas de Internet (la gratuidad de la Red es una de las pocas válvulas de escape de los mileuristas).

Hasta los políticos comienzan a mirar hacia ellos. Las medidas anunciadas por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en el debate del estado de la nación, aunque luego descafeinadas, parecen ser las primeras especialmente diseñadas para mileuristas: equiparar las ayudas al alquiler, eliminar para las rentas medias la desgravación de la vivienda (¡el pisito, icono de la clase media española!), bonos de transportes desgravables y, sobre todo, máster gratis sin límite para graduados en paro. Másteres, estudios de posgrado, doctorados, idiomas..., el signo de identidad de esta generación Peter Pan, dicen que la mejor preparada de la historia pero cuya edad media de emancipación del hogar familiar está a punto de alcanzar los 30 años.

La estadística da cuenta cada vez de forma más fehaciente de la pujanza del mileurismo frente a la bendita clase media. Uno de los datos más reveladores se encuentra en la Encuesta de Estructura Salarial del Instituto Nacional de Estadística (INE), un informe cuatrienal pero que desnuda la realidad sociolaboral como ninguna otra. Según la misma, el sueldo medio en España en 2006 (última vez que se realizó) era de 19.680 euros al año. Cuatro años antes, en 2002, era de 19.802 euros. Es decir, que en el periodo de mayor bonanza de la economía española, los sueldos no sólo no crecieron, sino que cayeron, más aún si se tiene en cuenta la inflación.

Si nos remontamos a 1995, la primera vez que se llevó a cabo la encuesta, la comparación es aún más desoladora. El salario medio en 1995 era de 16.762 euros, por lo que para adecuarse a la subida de precios experimentada en la última década, ahora tendría que situarse en torno a los 24.000 euros. Se trata del sueldo medio, que incluye el de los que más ganan. Por eso convendría tener en cuenta otro dato más esclarecedor: la mitad de los españoles gana menos de 15.760 euros al año, es decir, son mileuristas.

Los sueldos se han desplomado pese a la prosperidad económica e independientemente del signo político del partido en el poder en los últimos años (desde 1995 han gobernado sucesivamente PSOE, PP y nuevamente PSOE). La riqueza creada en todos esos años ha ido a incrementar principalmente las llamadas rentas del capital.

Algunos dan definitivamente por muerta la clase media. Es el caso del periodista Massimo Gaggi y del economista Eduardo Narduzzi, que en su libro El fin de la clase media y el nacimiento de la sociedad de bajo coste (Lengua de Trapo) vaticinaban la aparición de un nuevo sistema social polarizado, con una clase tecnócrata reducida y crecientemente más rica en un extremo, y en el otro un "magma social" desclasado en que se confunden las antiguas clases media y baja, definidas por una capacidad de consumo muy limitado, a imagen y semejanza de los productos y servicios que les ofrecen las compañías low cost (bajo coste) como Ikea, Ryanair, Mc Donald's, Zara o Skype.

"Nosotros hablábamos de la aparición de una clase de la masa, es decir, de una dimensión social sin clasificación que de hecho contiene todas las categorías, con excepción de los pobres, que están excluidos, y de los nuevos aristócratas. La clase media era la accionista de financiación del Estado de bienestar, y su desaparición implica la crisis del welfare state, porque la clase de la masa ya no tiene interés en permitir impuestos elevados como contrapartida política que hay que conceder a la clase obrera, que también se ha visto en buena parte absorbida por la clase de la masa. La sociedad que surge es menos estable y, como denunciábamos, potencialmente más atraída por las alarmas políticas reaccionarias capaces de intercambiar mayor bienestar por menos democracia. También es una sociedad sin una clara identidad de valores compartidos, por lo tanto, es oportunista, consumista y sin proyectos a largo plazo", señalan los autores a EL PAÍS.

El declive de la clase media se extiende por todo el mundo desarrollado. En Alemania, por ejemplo, un informe de McKinsey publicado en mayo del año pasado, cuando lo peor de la crisis estaba aún por llegar, revelaba que la clase media -definida por todos aquellos que ganan entre el 70% y el 150% de la media de ingresos del país- había pasado de representar el 62% de la población en 2000 al 54%, y estimaba que para 2020 estaría muy por debajo del 50%.

En Francia, donde los mileuristas se denominan babylosers (bebés perdedores), el paro entre los licenciados universitarios ha pasado del 6% en 1973 al 30% actual. Y les separa un abismo salarial respecto a la generación de Mayo del 68, la que hizo la revolución: los jóvenes trabajadores que tiraban adoquines y contaban entonces con 30 años o menos sólo ganaban un 14% menos que sus compañeros de 50 años; ahora, la diferencia es del 40%. En Grecia, los mileuristas están aún peor, ya que su poder adquisitivo sólo alcanza para que les llamen "la generación de los 700 euros".

En Estados Unidos, el fenómeno se asocia metafóricamente a Wal-Mart, la mayor cadena de distribución comercial del mundo, que da empleo a 1,3 millones de personas, aplicando una política de bajos precios a costa de salarios ínfimos -la hora se paga un 65% por debajo de la media del país-, sin apenas beneficios sociales y con importaciones masivas de productos extranjeros baratos procedentes de mercados emergentes, que están hundiendo la industria nacional. La walmartización de Estados Unidos ha sido denunciada en la anterior campaña presidencial tanto por los demócratas como por los republicanos. El presidente Barak Obama creó por decreto la Middle Class Task Force, el grupo de trabajo de la clase media, que integra a varias agencias federales con el objeto de aliviar la situación de un grupo social al que dicen pertenecer el 78% de los estadounidenses. El grupo tiene su propia página web y su lema: "Una clase media fuerte es una América fuerte".

Hacen falta más que lemas para salir de la espiral que ha creado la recesión y que arrastra en su vórtice a una clase media debilitada hacia el mileurismo o tal vez más abajo. En Nueva York, 1,3 millones de personas se apuntaron a la sopa boba de los comedores sociales en 2007. Apenas un año después, tres millones de neoyorquinos eran oficialmente pobres. Los pobres limpios, como se denomina a los que han descendido desde la clase media, también comienzan a saturar los servicios sociales en España. Las peticiones de ayuda en Cáritas han aumentado un 40%, y el perfil social del demandante empieza a cambiar: padre de familia, varón, en paro, 40 años, con hipoteca, que vive al día y que ha agotado las prestaciones familiares.

Con el propósito de tranquilizar a la población, los dirigentes han comenzado a hablar de "brotes verdes" para designar los primeros signos de recuperación. Pero ésta no es una crisis cualquiera. Howard Davidowitz, economista y presidente de una exitosa consultora, se ha convertido en una estrella mediática en Estados Unidos al fustigar sin piedad el optimismo de la Administración de Obama. "Estamos hechos un lío y el consumidor es lo suficientemente listo para saberlo. Con este panorama económico, el consumidor que no se haya petrificado es que es un maldito idiota. Esta crisis hará retroceder al país al menos diez años y la calidad de la vida nunca volverá a ser la misma".

La marcada frontera que separaba la clase media de la exclusión y de los pobres se está derrumbando a golpes de pica como lo hizo el muro de Berlín, y algunos se preguntan si tal vez la caída del telón de acero no haya marcado el inicio del fin de conquistas sociales y laborales que costaron siglos (y tanta sangre), una vez que el capitalismo se encontró de repente sin enemigo.

Al margen de especulaciones históricas, lo cierto es que la desigualdad crece. En España, la Encuesta de Condiciones de Vida, realizada en 2007 por el INE, señalaba que casi 20 de cada 100 personas estaban por debajo del umbral de la pobreza. El último informe FOESSA sobre exclusión y desarrollo social en España, de Cáritas, resaltaba que hay un 12,2% de hogares "pobres integrados", esto es, sectores integrados socialmente pero con ingresos insuficientes y con alto riesgo de engrosar las listas de la exclusión. Su futuro es más incierto que nunca, y muchos hablan de un lento proceso de desintegración del actual Estado de bienestar.

Otros expertos son mucho más optimistas y descartan que se pueda hablar del fin de clase media. "Es una afirmación excesivamente simplista que obvia algunos de los grandes avances que ha registrado la sociedad española en el largo plazo. Las crisis comienzan perjudicando a los hogares con menores ingresos y menor nivel formativo, para extender posteriormente sus efectos al resto de grupos. Y aunque mantenemos niveles de desigualdad considerablemente elevados en el contexto europeo estamos todavía lejos de ser una sociedad dual", señala Luis Ayala, profesor de Economía Aplicada de la Universidad Rey Juan Carlos y uno de los autores del informe FOESSA.

El catedrático de Estructura Económica Santiago Niño Becerra ha saltado a la fama editorial por su libro El crash de 2010 (Los Libros del Lince), en el que afirma que la crisis no ha hecho más que empezar y que será larga y dura. A la pregunta de cómo va a afectar esta debacle a la clase media, contesta: "El modelo de protección social que hemos conocido tiende a menos-menos porque ya ha dejado de ser necesario, al igual que lo ha dejado de ser la clase media: ambos han cumplido su función. La clase media actual fue inventada tras la II Guerra Mundial en un entorno posbélico, con la memoria aún muy fresca de la miseria vivida durante la Gran Depresión y con una Europa deshecha y con 50 millones de desplazados, y lo más importante: con un modelo prometiendo el paraíso desde la otra orilla del Elba. La respuesta del capitalismo fue muy inteligente (en realidad fue la única posible, como suele suceder): el Estado se metió en la economía, se propició el pleno empleo de los factores productivos, la población se puso a consumir, a ahorrar y, ¡tachín!, apareció la clase media, que empezó a votar lo correcto: una socialdemocracia light y una democracia cristiana conveniente; para acabar de completar la jugada, esa gente tenía que sentirse segura, de modo que no desease más de lo que se le diese pero de forma que eso fuese mucho en comparación con lo que había tenido: sanidad, pensiones, enseñanza, gasto social... que financiaban con sus impuestos y con la pequeña parte que pagaban los ricos (para ellos se inventaron los paraísos fiscales). Todo eso ya no es necesario: ni nadie promete nada desde la otra orilla del Elba, ni hay que convencer a nadie de nada, ni hay que proteger a la población de nada: hay lo que hay y habrá lo que habrá, y punto. Por eso tampoco son ya necesarios los paraísos fiscales: ¿qué impuestos directos van a tener que dejar de pagar los ricos si muchos de ellos van a desaparecer y si la mayoría de los impuestos de los que quieren escapar van a ser sustituidos por gravámenes indirectos?".

Y es que frente a la extendida idea de que la mejor forma de favorecer el bienestar es conseguir altas tasas de crecimiento y de creación de empleo, en los momentos de máxima creación de empleo la desigualdad no disminuyó. Al contrario, desde el primer tercio de los años noventa la pobreza no ha decrecido. Los salarios crecen menos que el PIB per cápita. El último informe mundial de salarios de la Organización Internacional de Trabajo (OIT) destaca que entre 2001 y 2007 crecieron menos del 1,9% en la mitad de los países. En España, el aumento real fue casi cero, como en Japón y Estados Unidos. Para 2009, la OIT pronostica que los salarios crecerán sólo un 0,5%.

En España hay un dato aún más revelador del vértigo que siente la clase media cuando se asoma al abismo de inseguridad que le ofrece esta nueva etapa del capitalismo. El número de familias que tiene a todos sus miembros en paro ha sobrepasado el millón. Y peor aún, la tasa de paro de la persona de referencia del hogar -la que aporta más fondos y tiene el trabajo más estable- está ya en el 14,5%, muy similar a la del cónyuge o pareja (14,4%), cuyo sueldo se toma como un ingreso extra, mientras que la de los hijos se ha disparado cinco puntos en el primer trimestre y está en el 26,8%.

Luis Ayala constata que, por primera vez desde mediados de los años noventa, al inicio de esta crisis hemos asistido a tres cambios claramente diferenciales respecto al modelo distributivo en vigor en las tres décadas anteriores: la desigualdad y la pobreza dejaron de reducirse (aunque no aumentaron) por primera vez desde los años sesenta; por primera vez en muchos años la desigualdad no disminuyó en un contexto de crecimiento económico, y a diferencia de lo que sucedió con la mayoría de los indicadores macroeconómicos (PIB per cápita, déficit público, desempleo, etcétera), durante este periodo se amplió el diferencial con la UE desde el punto de vista de desigualdad.

"Si en un tiempo de mareas altas no disminuyó la desigualdad, cabe contemplar con certeza su posible aumento en un periodo de mareas bajas. La evidencia que muestran varios estudios de cierta conexión entre determinadas manifestaciones del desempleo y la desigualdad y la pobreza obligan, inevitablemente, a pensar en un rápido aumento de la desigualdad y de las necesidades sociales. Así, tanto el número de hogares en los que todos los activos están en paro como la tasa de paro de la persona principal del hogar son variables más relacionadas con la desigualdad que los cambios en las cifras agregadas de empleo. La información más reciente que ofrece la EPA deja pocas dudas: en ninguno de los episodios recesivos anteriores crecieron tan rápido ambos indicadores, por lo que cabe pensar en aumentos de la desigualdad y de la pobreza monetaria muy superiores a los de cualquier otro momento del periodo democrático", afirma Ayala.

En efecto, estos datos demolen en parte el viejo bastión español frente a la crisis: el colchón familiar. ¿Cómo van a ayudar los padres a los hijos si comienzan a ser los grandes protagonistas del drama del desempleo? El profesor Josep Pijoan-Mas, del Centro de Estudios Monetarios y Financieros (CEMFI), en el artículo Recesión y crisis (EL PAÍS, 15 de marzo), observaba una preocupante similitud entre esta recesión y la de 1991-1994, cuando el paro trepó hasta el 24%. "Los datos muestran que el aumento de la desigualdad en el ámbito individual se amplifica cuando agrupamos los datos por hogares. Esto sugiere que, contrariamente a la creencia popular, la familia no es un buen mecanismo de seguro en España: cuando un miembro del hogar experimenta descensos de renta, lo mismo sucede al resto de miembros del hogar", indica.

Afirmar a simple vista que, por primera vez desde la II Guerra Mundial (la Guerra Civil en España), las nuevas generaciones vivirán peor que la de sus padres puede parecer osado. Nunca tantos jóvenes estudiaron en el extranjero (gracias a las becas Erasmus), viajaron tanto (gracias a las aerolíneas low cost) o prolongaron tanto su formación. Pero se trata de una sensación de riqueza ilusoria, apegada al parasitismo familiar. El número de jóvenes españoles que dispone de una independencia económica plena disminuyó desde el 24% en 2004 al 21% en 2008, según el último informe del Instituto de la Juventud (Injuve). El proceso es general en toda Europa. El número de "viejos estudiantes" ha crecido a un ritmo vertiginoso en los últimos años. Así, el 15% del total de estudiantes de la Unión Europea (entendiendo por tales los que dedican todo su tiempo a la formación) tiene ya más de 30 años, según el Informe de la Juventud de la Comisión Europea de abril pasado.

Cuando esos maduros estudiantes se incorporan al mercado laboral les esperan contratos temporales, tal vez para siempre. Y es que según el informe de la UE, el porcentaje de personas que tenía un contrato temporal y no podía encontrar uno fijo se incrementa con la edad. Del 37%, entre los 15 a los 24 años, hasta el 65%, entre los 25 los 29. Atrapados en la temporalidad de por vida, van desengañándose de encontrar algo mejor a medida que envejecen. Muchos cuando rondan la treintena ya están resignados a su suerte.

"Desde luego es la generación que menos periodos de adultez va a tener. Pueden entrar en el mercado laboral a los 33 años y encontrarse con un ERE a los 50 o directamente con la prejubilación. El problema es que ofertamos puestos de trabajo que puede hacer cualquiera. Por eso, curiosamente, los jóvenes van a responder a la crisis dependiendo de las posibilidades que tengan de esperar y formarse adecuadamente. Y en eso es decisivo el poder adquisitivo de los padres y su nivel educativo", señala el sociólogo Andreu López, uno de los autores del último informe de Injuve.

El drama laboral no sólo lo sufren los jóvenes. Puede que los miles de trabajadores que están perdiendo su empleo vuelvan al mercado laboral cuando la crisis escampe, pero no con las mismas condiciones. Por ejemplo, la ingente masa laboral de la construcción que ha sostenido la economía española deberá ocuparse en otros sectores. "Todo lo que aprendieron a hacer trabajando en los últimos años les valdrá de poco o nada. Por tanto, no es de esperar que sus salarios sean muy altos cuando encuentren nuevos empleos. De hecho, la evidencia empírica disponible para Estados Unidos muestra que los desempleados ganan menos cuando salen de un periodo de desempleo y que dicha pérdida salarial es mayor cuanto más largo ha sido el periodo de desempleo", indicaba el profesor Pijoan-Mas.

Los gobernantes han encontrado un bálsamo de Fierabrás contra el paro y la precariedad laboral: innovación y ecología. Los empleos que nos sacarán de la crisis estarán basados en el I+D+i. Es lo que Zapatero ha llamado el nuevo modelo productivo. Sin contar con que los sectores tecnológicos no son muy intensivos en mano de obra, la premisa parte en cierta forma de una falacia: la de pensar que los países emergentes se quedaran parados mientras convertimos los cortijos andaluces en factorías de chips ultraconductores y laboratorios genéticos.

La globalización también ha llegado al I+D+i. La India, por ejemplo, produce 350.000 ingenieros al año (los mejores en software de todo el mundo), anglófonos y con un salario medio de 15.000 dólares al año, frente a los 90.000 que ganan en Estados Unidos. Por su parte, China está a punto de convertirse en el segundo inversor mundial en I+D. "Cuando despertemos de la crisis en Europa, descubriremos que en la India y en China producen muchas más cosas que antes", avisa Michele Boldrin, catedrático de la Washington University.

Ante este clima de inseguridad y falta de perspectivas, no es de extrañar que el 45,8% de los parados esté considerando opositar y el 14,6% ya esté preparando los exámenes, según una encuesta de Adecco. Ser funcionario se ha convertido en el sueño laboral de cualquier español, y puede ser el último reducto de la clase media. El único peligro es que su factura es crecientemente alta para un país en el que se desploman los ingresos por cotizaciones sociales y por impuestos ligados a la actividad y a la renta. La última EPA refleja que los asalariados públicos han crecido en un año en 116.200 personas, sobrepasando por primera vez la cifra de tres millones.

El coste total de sus salarios alcanzará este año los 103.285 millones de euros, según datos del Ministerio de Política Territorial. Cada funcionario le cuesta a cada habitante 2.400 euros, el doble si consideramos sólo a los asalariados. ¿Puede permitirse una economía tan maltrecha una nómina pública que consume el equivalente al 10% de la riqueza nacional en un año?

Un panorama tan sombrío para amplias capas de la población puede sugerir que pronto se vivirán enormes convulsiones sociales. Algunos advierten de un resurgimiento de movimientos radicales, como el neofascismo. Por el momento, nada de eso se ha producido. Las huelgas generales convocadas por los sindicatos tradicionales en países como Francia o Italia no han tenido consecuencia alguna, porque los más damnificados -parados y mileuristas- no se sienten representados por ellos.

En España, ni siquiera se han convocado paros. Y los llamados sindicatos de clase van de la mano del Gobierno al Primero de Mayo e invitan al líder de la oposición a sus congresos. Un marco demasiado amigable con el poder político teniendo detrás cuatro millones de parados y casi un tercio de los asalariados con contrato temporal.

Puede que no sea muy romántico advertir de que, tampoco esta vez, seremos testigos de una revolución, pero es muy probable que la caída del bienestar se acepte con resignación, sin grandes algaradas, ante la indiferencia del poder político, que llevará sus pasos hacia la política-espectáculo, muy en la línea de algunas apariciones de Silvio Berlusconi o Nicolas Sarkozy, cuya vida social tiene más protagonismo en los medios de comunicación que las medidas que adoptan como responsables de Gobierno.

En esa línea, Santiago Niño Becerra considera que hoy por hoy "la ideología prácticamente ha muerto", y gradualmente, evolucionaremos hacia un sistema político en el que un grupo de técnicos tomará las decisiones y "la gente, la población, cada vez tendrá menos protagonismo.

"Conceptos como funcionarios, jubilados, desempleados, subempleados, mileuristas, undermileuristas irán perdiendo significado. Con bastante aceleración se irá formando un grupo de personas necesarias que contribuirán a la generación de un PIB cuyo volumen total decrecerá en relación al momento actual, personas con una muy alta productividad y una elevada remuneración (razón por la cual su PIB per cápita será mucho más elevado que el actual), y el resto, un resto bastante homogéneo, con empleos temporales cuando sean necesarios, dotados de un subsidio de subsistencia (el nombre poco importa) que cubra sus necesidades mínimas a fin de complementar sus ingresos laborales. La recuperación vendrá por el lado de la productividad, de la eficiencia, de la tecnología necesaria; pero en ese trinomio muy poco factor trabajo es preciso. Pienso que la sociedad post crash será una sociedad de insiders y outsiders: de quienes son necesarios para generar PIB y de quienes son complementarios o innecesarios".

Una impresión bastante similar a la de los italianos Gaggi y Narduzzi que, en su último libro, El pleno desempleo (Lengua de Trapo, 2009), dibujan un marco sociolaboral sin beneficios contractuales, baby boomers (la generación que ahora tiene entre 40 y 60 años) resistiéndose a jubilarse, contratos temporales de servicios y autónomos sin seguridad. Y pese a todo, una masa social amorfa y resignada.

"La masa del siglo XXI es una forma social figurada no material en el sentido de que no es fácil ver las concretas manifestaciones políticas o sociales en la calle, mientras que es normal identificar conductas o comportamientos masificados como la utilización de Google o la pasión por el iPhone. Esto significa que cuatro millones de desempleados son hoy menos peligrosos de lo que lo eran en 1929, porque no hay una ideología política que contextualmente cohesione y aglutine el malestar y la disensión. Y también los sindicatos se han debilitado. La crisis actual rechaza amablemente lo que decíamos en nuestro ensayo del año pasado: el mercado de trabajo se desestructura y se flexibiliza hasta el punto de que aparecen como desocupados de hecho la mayoría de los trabajadores. Es el triunfo del factor de la producción capital, que aparentemente está en crisis, pero que en realidad se aprovecha de la crisis para dar el empujón final a las últimas, y pocas, certezas de los trabajadores", señalan.

Hace cuatro años, Carolina Alguacil hizo una definición precisa y certera cuando acuñó el término de mileurista. "Es aquel joven licenciado, con idiomas, posgrados, másteres y cursillos (...) que no gana más de mil euros. Gasta más de un tercio de su sueldo en alquiler, porque le gusta la ciudad. No ahorra, no tiene casa, no tiene coche, no tiene hijos, vive al día... A veces es divertido, pero ya cansa". Si hubiera que reescribir ahora esa definición sólo habría que añadir: "El mileurista ha dejado de tener edad. Gana mil euros, no ahorra, vive al día de trabajos esporádicos o de subsidios y, pese a todo, no se rebela".

Objetivo: la 'generación tapón'

Internacionalmente se les conoce como baby boomers. En España, le llaman generación tapón y abarca a los nacidos en las décadas de los cincuenta y sesenta, coincidiendo con un boom de la natalidad. Acaparan casi todos los puestos de responsabilidad en la política, los negocios e, incluso, la vida cultural, taponando el acceso a las nuevas generaciones, se supone que mejor formadas.

En el plano laboral, ocupan los trabajos fijos, mejor pagados, protegidos por derechos laborales y sindicatos poderosos, mientras los mileuristas sufren la precariedad y la temporalidad. Los trabajadores con un contrato temporal tuvieron un salario medio anual inferior en un 32,6% al de los indefinidos (Encuesta Estructura Salarial 2006).

Pero no todos los cuarentones son triunfadores o acomodados padres de familia. También ellos sufren su propia dualidad. Los salarios entre ejecutivos y empleados se han agrandado en los últimos años. El salario anual de los directores de empresas de más de diez trabajadores fue superior en un 206,6% al salario medio en 2006.
Justificar a ambos lados
En tiempos de recesión, los ojos se vuelven hacia ellos. Además de ser el objetivo de los ERE, bajadas de salarios o el recorte de prestaciones, los baby boomers serán los principales paganos con sus impuestos del creciente endeudamiento que están acometiendo los Estados para sortear la crisis. Y eso sin contar la amenaza de la inviabilidad de sus pensiones cuando lleguen a la edad de jubilación, de la que no paran de advertir los malos augures como el FMI. Pero además de una carga laboral son también el principal sostén del consumo. Así que cuidado con quitar el tapón, no vaya a ser que se vaya el gas.

Ramón Muñoz es un periodista especializado en reportajes económicos que escribe regularmente en el diario liberal español El País.

lunes, 18 de mayo de 2009

Ilegalización de Iniciativa internacionalista y bloqueo de kaosenlared


Este artículo es de Themyla. de su blog Themyla.blogspot.com


En el reino español, este reino que no es nuestro sino de las corruptelas y tejemanejes de los sacrosantos poderes políticos (de derechas y de derechas) así como de los económicos, ambos en perfecta sintonía, y, por último, pero desde luego no menos importante, del campechano y soberano Juan Carlos abucheado durante la última Copa del Rey heredera de la antigua Copa del Generalisimo (a quien yo le quitaba hasta el "Don") nombrado a dedo por nuestro Caudillo responsable "sólo ante Dios y ante la Historia" para sucederle y preservar así la unidad y represión de la patria (¿la patria de quién?), se ha logrado una nueva victoria en la cruzada contra el infiel, el rojo masón, el republicano y, en definitiva, contra cualquiera que ose poner en riesgo la patética e inmisericorde situación en la que nos sumen día a día, la bota que ponen sobre nuestro cuello.

Me refiero a la ilegalización de partidos. En los inicios de la aplicación de esta ley tantearon el terreno, esto es, a la opinión pública, a nosotros, tratando de medir nuestras reacciones mientras nos inundaban con mensajes a cerca del terrorismo etarra. Ahora, puesto que nada pasó entonces, la ilegalización de partidos en nuestra mal llamada democracia está a la orden del día: casi que se ha convertido en el hobby del poder político y judial, entre los cuales no hay separación por lo que constatamos una y otra vez.

Esta vez ha caído Iniciativa Internacionalista cuya cabeza de lista es Alfonso Sastre (a quien vemos en la imágen): reconocido dramaturgo a nivel mundial que pasó en los 70 por las cárceles franquistas y que fue liberado bajo fianza en medio del clamor internacional en repulsa de su encarcelamiento. Para más información a cerca de su biografía y su obra, recomiendo este enlace: http://www.sastre-forest.com/.

Este partido se formó con la pretensión de presentarse a las elecciones al parlamento europeo dado el contexto de crisis mundial por el que nos están haciendo atravesar. Pero leamos que nos dice esta formación política, pues sobran las palabras de alguien que no está viviendo en sus carnes un proceso represor como al que ellos se enfrentan:

MANIFIESTO:

Estamos asistiendo a la mayor crisis del capitalismo de los últimos ochenta años, y de nuevo los gobiernos de la Unión Europea quieren que paguen sus consecuencias los trabajadores y los sectores populares. En toda Europa, los despidos, los expedientes de regulación de empleo y la no renovación de contratos se convierten diariamente en el drama de millones de personas condenadas al paro, el desahucio y la miseria.

Los gobiernos europeos expolian el erario público para rescatar a los banqueros y ayudar a las grandes empresas, mientras el desempleo crece sin cesar. Es la Europa de las privatizaciones, del Plan Bolonia para mercantilizar la enseñanza superior, de la Directiva Bolkenstein o de la Directiva del Retorno contra los trabajadores inmigrantes, que alienta la xenofobia y el racismo.

La crisis actual, como no podía ser de otra manera, además de sus consecuencias económicas y sociales, está dando lugar a importantes transformaciones políticas, que se verán intensificadas en un futuro próximo.

En el caso del Estado español, la crisis, la global y la propia, están contribuyendo a dejar definitivamente al descubierto las carencias del Gobierno de Rodríguez Zapatero y del régimen borbónico surgido del llamado proceso de "transición": corrupción generalizada, uso de la represión legal o ilegal como forma recurrente de afrontar los conflictos sociales y políticos con los sectores populares, precariedad de los servicios sociales, colapso de los sistemas educativos...

Muy especialmente, afloran las gravísimas carencias democráticas de un régimen cuyo Jefe de Estado, Juan Carlos I, fue impuesto por Franco, régimen que, en consonancia con esta situación aberrante, es incapaz de elaborar una ley de la memoria histórica que reconozca la realidad de la resistencia antifascista de nuestros pueblos.

Existe una corriente involucionista, neofascista, impulsada por sectores poderosos del capitalismo español y su entramado institucional y mediático, que tiene dos caras: la "moderna", cuya expresión más significativa es la UpyD, y la ''tradicional'', cuya punta de lanza es la Conferencia Episcopal Española. Dicha corriente involucionista, con sus diversas expresiones, es la que en este momento está orientando la estrategia de fondo del bloque dominante español, incluido el Gobierno del Estado. Una estrategia que se materializa, entre otras cosas, en la alianza PP-PSOE para conseguir el gobierno vascongado con un objetivo claro: la españolización de ese territorio.

Al otro lado estamos las fuerzas soberanistas e independentistas de izquierdas, las fuerzas políticas de la izquierda estatal respetuosas con los derechos nacionales de los diversos pueblos oprimidos por el Estado español, así como importantes movimientos sociales y sindicales, entre los que destacan el movimiento antifascista; el movimiento contra la privatización de la sanidad, la educación y los servicios públicos; las luchas obreras contra los EREs y despidos; la lucha de los estudiantes contra el Plan Bolonia; los movimientos de mujeres... A su vez, algunos de estos movimientos sociales tienen una importante articulación nacional-popular, especialmente en los pueblos en donde el proceso político soberanista está más avanzado.

Consideramos que existe la suficiente capacidad como para orientar en un sentido anticapitalista y democrático ese deseo cada vez mas extendido de cambio radical, aunque hoy por hoy dicha capacidad tenga un desarrollo desigual en nuestras respectivas naciones.

Partiendo de esta valoración, impulsamos este manifiesto, cuyos ejes básicos son:

- Justicia social. Que la crisis la paguen quienes la han provocado: los capitalistas. El capitalismo español tiene unos rasgos especialmente agresivos, como la tremenda precariedad laboral, causa de la mayor tasa de paro y de empleo eventual de la UE. Y ahora la pretensión del sistema es dar una vuelta de tuerca más en lo relativo a la explotación y a los recortes sociales.

Las gentes que apoyamos este manifiesto nos comprometemos a impulsar la movilización para frenar tales propósitos, exigiendo un plan de rescate de los trabajadores, sin temor a proponer para ello medidas anticapitalistas.

- Libertades democráticas plenas. Estamos comprobando cómo, paso a paso, se van recortado los ya de por sí limitados derechos civiles existentes, tales como el derecho a la no discriminación por razones ideológicas, de lengua y cultura, de edad o de género. El derecho a la libre expresión, el derecho a no ser represaliado, torturado o procesado por las propias ideas. El derecho a votar y ser votado. El Estado español no respeta la soberanía de las diversas naciones bajo su jurisdicción ni del conjunto de los pueblos. Existe un entramado jurídico- político creado en la transición que ha convertido al Estado en una cárcel de pueblos y de gentes, así como en un pozo de corrupción.

-No a la discriminación de género. Pero no como un mero enunciado formal y vacío de contenido, sino como una exigencia normativa, jurídica y práctica que posibilite realmente el fin de la discriminación. Lo cual incluye, entre otras cosas, el derecho y la posibilidad real de control de las mujeres sobre su cuerpo, su sexualidad y su capacidad reproductiva.

- Derechos políticos. Reivindicamos los derechos negados por el régimen actual, entre los que hay que destacar el derecho de todos los pueblos a decidir de forma soberana su futuro, y no como un hecho aislado sino como un derecho permanente, es decir el derecho de autodeterminación. El derecho de cada pueblo a decidir su forma de gobierno y a la normalización de su lengua y su cultura nacionales.

- Contra la Europa del capital. Estamos en contra de la Europa del capital y a favor de la Europa de los pueblos. Estamos en contra de la OTAN como expresión militar del imperialismo y, por tanto, exigimos la retirada del Estado español de dicha alianza militar. Estamos en contra de la especulación y el deterioro del medio ambiente. Estamos por la defensa de la soberanía alimentaria y de lo colectivo frente a lo privado.

Apoyamos los procesos soberanistas que se dan a nivel europeo, y asimismo expresamos nuestra solidaridad con los procesos de articulación patrióticos, antiimperialistas y de justicia social que tienen lugar en Latinoámerica, así como con los frentes de resistencia en Oriente Medio, y muy especialmente con la heroica lucha del pueblo Palestino. Desde una ferviente vocación internacionalista, apoyamos las luchas de todos los pueblos del mundo por su libertad y su dignidad.


Esto es lo que les duele: que se muestre el carácter fascista del Estado español, que la democracia aparezca como la fachada que oculta otro régimen opresivo que sumar a la Historia... En definitiva, que los ciudadanos tengan una opción real a ellos.



Pero no sólo es atacada desde los poderes fácticos cualquier organización política que suene a izquierda real. Otro acontecimiento viene a mermar nuestras opciones a la hora de tener un pensamiento realmente independiente y crítico que al menos nos permita contrastar la "información" vertida por las multinacionales de la información y por la televisión del Estado. Me refiero ahora al bloqueo de http://www.kaosenlared.net/:

Posiblemente un hacker, alguien con el conocimiento y el tiempo necesarios, un personaje que se opone a las libertades, un fascista convencido, o, peor aun, un simple empleadillo, un contratado a sueldo que sólo ejecuta sin preguntarse por la moralidad de sus acciones, ha entrado en los entresijos de la web. Como consecuencia tres son ya los días en que ésta no ha podido renovar sus artículos ni los comentarios a los mismos: la página es ahora sólo de lectura, con lo que su esencia, libre y participativa desde la perspectiva de izquierda, se ha perdido. Kaos se ha convertido con el tiempo en una página con gran peso y difusión, muchas son las visitas que recibe y cada vez más los que se animan a publicar sus artículos ofreciendónos una alternativa a lo que ellos mismos han denominado "falsimedia". Además, por lo que veíamos en sus artículos, habían apostado por Iniciativa Internacionalista, y, tal vez, sea éste el motivo del ataque sufrido...

Ahora, los asiduos lectores de la web nos hemos quedado en suspenso, en un limbo extraño, huyendo del sonido del televisor pero sin poder acudir al refugio desde el que seguir luchando. Con esto no quiero menospreciar otras páginas de información alternativa que yo misma sigo cada día. Lo que pretendo es denunciar el monopolio de la realidad al que aspiran los poderes que hoy campan a sus anchas y que determinan nuestras vidas.

En efecto, con todo esto, la realidad revela una vez más su auténtica naturaleza represora y tiránica...

Desde aquí sólo me queda esperar a que Kaos pueda volver a funcionar. Pero también quiero hacer una propuesta a todos aquellos que decidieron votar por I.I. ahora ilegalizada: el día de las elecciones, en la papeleta en que se nos marcan las opciones "correctas", se puede escribir encima la nomenclatura de este partido como muestra de nuestro rechazo al proceso totalitario que estamos viviendo.


¡BASTA DE REPRESIÓN Y DE CORRUPCIÓN!

sábado, 9 de mayo de 2009

Corrupción política en el reino español





La situación política en el reino español es tan alarmante que hablar de corrupción política para describirla es, no solamente erróneo, sino que encubre la naturaleza de la auténtica relación que los ciudadanos mantienen, obligada y a veces hasta inconscientemente, con los poderes. Los casos que actualmente se están destapando en la asamblea de Madrid, lugar de representación pública de todos los ciudadanos en el seno de lo que se considera un sistema parlamentario, ilustra a las claras la situación que denuncio en este artículo.

Yendo más lejos, y por paradójico que parezca, la manida expresión “casos de corrupción política”, difundida continuamente por los informativos de todas las cadenas de los falsimedia, la reiteración continua de la misma, hace creer a los ciudadanos que efectivamente existe un sistema propiamente político, un espacio público de representación popular donde los santos ideales de la democracia y los principios que le son inherentes, están continuamente siendo corrompidos.

Esto, sin embargo, no es así. Y no saber cuál es el auténtico sentido de lo que está ocurriendo con la clase dirigente en este reino, bajo la tutela constante de sus majestades, dormidas en los laureles y al tranquilo amparo de los poderes soberanos logrados mediante una transición controlada, no conocer en profundidad la naturaleza de estos acontecimientos, hace que el ciudadano no solamente tolere la supuesta corrupción política como inevitable, sino que, al generar la impresión de que efectivamente existe un sistema democrático parlamentario que está siendo dañado pero que, no obstante, es real, es incapaz de vincular directamente las calamidades que sufre en la vida personal, la limitación constante de las libertades, que se ven recortadas cada día a fuerza de pequeñas embestidas desde la autoridad de la ley, con la vida política del país.

De hecho, es tal la incapacidad por parte del ciudadano para establecer este vínculo, incapacidad que radica en el desconocimiento de lo que verdaderamente significa aquí, en el reino, tener una elite corrupta en el poder ocupando los espacios de representación, que no solamente tolera los excesos, llegando en algunos casos a justificarlos e incluso a identificarlos con su bienestar, lo cual es inverosímil, sino que achaca sus males, o bien a una equivocada posición personal frente a los problemas, es decir, a una conducta errónea por su propia parte, o, en el caso de trascender el ámbito de su propia identidad, lo achaca a mecanismos ciegos tales como la “economía”, la “crisis”, y toda una suerte de identidades o entes impersonales cuya tangible realidad es generada desde los falsimedia que no solamente desvían la atención y disuelven todo instinto revolucionario o al menos contestatario (pues no se puede replicar a un concepto impersonal como la “economía” y frente a una cosa llamada “crisis” sólo cabe la impotencia de la espera), sino que, además, y por eso mismo, sirve para encubrir que existe toda una elite económica (financiera y empresarial), política y mediática, a nivel nacional y global, que maneja los hilos y que es directamente la culpable de esas continuas restricciones de la libertad y de unas condiciones sociales cada vez más pésimas.

En el reino español concretamente, si el ciudadano no sabe identificar en qué consiste ahora la corrupción de la elite política, no va a poder impedir el progresivo deterioro de un sistema que está siendo absorbido paulatinamente por el abuso de elementos sin escrúpulos, si no es que está totalmente perdido. Y ahí es donde se dirige este artículo, a despertar conciencias. Siento ser yo quien traiga tan malas noticias, pero allá voy.

Cuando escuchamos la expresión “corrupción política” en los falsimedia implicamos de forma inconsciente mucho más de lo que creemos. Esta implicación que hace nuestra propia mente no es fortuita, ya que la clase política y mediática, a veces identificada, es perfectamente consciente de qué conceptos utilizar, ya que mide al dedillo qué efecto tendrán en nuestras conciencias el bombardeo constante de dichas palabras y expresiones. Saben el sentido último que les vamos a dar. Sistema de estímulo y respuesta, como los animalillos. De hecho, a pesar de lo que crea el respetable público, el Gran Público, un partido político cualquiera está mucho más dispuesto de lo que nos creemos a aceptar que en sus filas se han colado esos “elementos corruptos”.

Vamos a ver, pues, cuáles son esas implicaciones subjetivas. Vamos a sacar a la luz, a nivel consciente, los procesos mentales que están ocultos, vamos a ponerlos delante de nuestros ojos, haciéndolos objetivos, para salir del engaño, del sueño dogmático de la expresión “corrupción política”. Se esté atento el lector porque, después de examinar a la luz de una conciencia liberada de engaños los propios engaños a los que está expuesta la conciencia, verá que tal término es difícilmente aplicable a la elite política instalada en el poder. Otra cosa antes de ir por fin al meollo de la cuestión: el caso concreto al que me refiero es al relacionado con el Gobierno de Madrid de Esperanza Aguirre, pero es extensible tanto a otros feudos del Partido Pupular, como Valencia o Murcia, especialmente Murcia, como a otros elementos del PSOE. Incluso diría que, por estar caracterizado este proceso por la absoluta falta de escrúpulos, es extensible a lo que está ocurriendo en el País Vasco, que a mi juicio es lo más escandaloso, lo más vergonzoso, que ha ocurrido en el reino español desde que sus majestades decidieron, motu propio, que el franquismo sería democrático, y muestra que en dicho reino con la ley en la mano todo vale, aunque sea una ley que se crea sobre la marcha y según qué les convenga con interpretaciones ad hoc de la democracia, y muestra también que todos los buenos conceptos políticos, como “libertad, democracia...”, pueden ser mancillados para introducir precisamente reformas contrarias a lo que esos conceptos expresan. Es decir, prostituyen los conceptos. Pretendo demostrar que, siendo el término “corrupción política” un concepto político, incluso su auténtico significado puede ser prostituido para ponerlo al servicio de la gente sin escrúpulos que nos gobierna.

Una acción propiamente política es aquella que está guiada por unos principios ideológicos, que se identifican con el bien, o al menos lo contiene, por tanto, una acción política implica una cierta ética basada en principios puros. Este es el caso del reino español, pues, aunque en realidad PP y PSOE son lo mismo (de ahí que puedan ser llamados PPSOE), ellos incluyen en su discurso, sobre todo de cara a las elecciones, la dicotomía derecha-izquierda. Por tanto asumimos que, en el caso concreto de los dos partidos mayoritarios, se guían en sus acciones por principios o ideales que constituyen la ideología y que determinan u orientan en último término, siendo su fundamento, la dirección de la acción política.

Esto no significa que una acción política establezca en la realidad un valor puro. Nadie mejor que los neomarxistas de la Escuela de Frankfurt, bebiendo directamente de las fuentes del sociólogo Max Weber, quien distinguía entre ética de la convicción y ética de la responsabilidad para designar las acciones y diferenciar las propiamente políticas de las que deben ser ejecutadas por el cuadro de funcionarios de un sistema burocrático, pues pocos, digo, como Max Horkheimer o Teodor Adorno en el desarrollo de la Teoría Crítica expresaron este rasgo esencial de la acción política. Si la ideología no se ha convertido en acción política, es decir, no se ha desplegado en el mundo para organizarlo y organizarse a sí misma, permanece pura, siempre crítica con el statu quo, inocente, es decir, con las manos limpias. Sin embargo, es inherente a la acción política, como a toda acción en general, el tener que discriminar, el tener que mantener un negocio constante con la realidad. Si la ideología se despliega en el mundo, si entra a determinar la sociedad, si se convierte en praxis, se mancha las manos de sangre, es decir, tiene que pactar con el diablo, parafraseando a Weber. Esto no es por una carencia moral de los agentes que encarnan, representan o pretenden hacer valer la ideología, sino que esta característica se encuentra, a pesar del ser humano, en la propia naturaleza de las cosas. Un mundo perfecto es imposible, y cualquier realista lo sabe. Pero tal realismo no implica necesariamente nihilismo ni pesimismo, ni la inacción. Esto sería de cínicos. El mundo no tiene por qué ser perfecto. E incluso, diría más, si una acción política ha de sacrificar en un momento determinado los ideales que pretende instaurar o que dice representar, puede que lo haga con vistas a hacer prevalecer, a largo plazo, dichos ideales. Esta clase de corrupción es inherente a cualquier sistema político, cualquiera que sea su nomenclatura u organización. Una ética de la convicción desarrollada en el espacio político, es decir, un político que no entendiera esto, llevaría a la sociedad a la ruina. Siempre le echaría la culpa a la realidad, y él sería irresponsable frente a las consecuencias derivadas de su acción, en tanto que sus ideales, a pesar de ir contra la naturaleza corrupta de la realidad, eran santos. El caso en la historia más paradigmático de este romanticismo exacerbado es Adolf Hitler. De hecho, es un error creer que era un gran estratega político, pues sus acciones y el espíritu que las guiaba encajan si acaso en el mundo del genio artístico atormentado, pero jamás en el espacio de la racionalidad, de la instrumentalidad, que es a veces la política. Yo diría más: es esencialmente el peor político de la historia, al haberse situado en las antípodas de la actividad que pretendía desempeñar.

Hay otra clase de corrupción política. Se trata de los elementos políticos que llegan a ocupar espacios de representación popular, es decir, espacios públicos, en el seno de un sistema. Elementos que se corrompen por intereses propios, elementos que sacrifican el ideal en una acción política no para evitar que, a largo plazo, el ideal mismo se venga abajo, sino por una simple cuestión personal. Pero estos elementos también implican en sí mismos, a priori, la existencia de aquellos principios que constituyen el corpus de la ideología. En este caso, es la propia debilidad de la naturaleza del hombre lo que entra en juego. Y esto es así porque, el ideal, incorrupto, de otro mundo que este, se mantiene inexpugnable a lo largo de los siglos. El ser humano no pone a prueba los ideales al llevarlos a la praxis, sino que son los ideales mismos los que ponen a prueba, constantemente, los que ponen a prueba al ser humano. Éste es finito, mortal, de carne y hueso, y por tanto está predestinado a cometer errores y mucho más a cuidar de sí, mientras que la naturaleza del ideal, objetivamente hablando, es contraria, es infinita, inmaterial, y nos sobrevive a todos. El ser humano puede llegar a ser en ciertas ocasiones un títere en manos del ideal.

Esta segunda clase de corrupción es la que me interesa. Los falsimedia, o los propios políticos, al hablar de sus elementos corruptos sólo pretenden activar en nosotros dispositivos subconscientes que implican la presencia de esta segunda clase de corrupción, y esto por lo siguiente: porque generan la ilusión de que en las Asambleas, en los espacios de representación pública, existen elementos que: Primero, son políticos, es decir, representan al pueblo ya que encarnan los principios que componen la ideología, los cuales son de carácter ético. Esto es, el que es de un partido supuestamente conservador ha llegado ahí porque considera que alguna forma de sociedad conservadora en lo social y liberal en lo económico, es mejor, es la buena, es la moralmente correcta porque es la que más felicidad puede aportar a sus conciudadanos. Y lo mismo para los elementos de un partido supuestamente de izquierdas, que se adhieren a otra clase de ideología a la que subyace, en el fondo, la misma creencia en el mejor sistema posible por principios y funcionalidad. Segunda cosa que implicamos, que dichos elementos han llegado a ocupar los asientos desde los cuales representan a un sector porcentual de la población por encarnar dichos valores éticos, o sea, que detrás hay una carrera específicamente política. Estos dos factores son esenciales, pues, si la realidad se correspondiera con esto, tendríamos ya la perfecta relación entre ciudadanos y políticos, una relación que sólo se da en el marco teórico, y que viene a justificar la existencia de los espacios públicos, de las Asambleas, y de nuestros representantes.

Con estas ideas implicadas el subconsciente, la expresión “corrupción política” trabaja del siguiente modo: estas personas caracterizadas por su carrera política en pro del ciudadano, al llegar a ocupar estos sillones, han sido corrompidos desde fuera por otros elementos que representan el interés privado, y que son, en resumidas cuentas, el capital. Véase cuál es la idea clave, el núcleo duro de la cuestión: la expresión, a pesar de su connotación negativa, continúa manteniendo la separación entre lo público y lo privado, mientras que llena a nuestros políticos de una imagen mediática según la cual sus intereses y motivaciones han sido siempre la promoción de la felicidad general, en contraste con otros políticos de carrera o profesión que piensan que la felicidad general llegaría mediante otra ideología. El término apela a su vez a la debilidad de la naturaleza humana, y sitúa la corrupción, verdaderamente, fuera del espacio político, por parte de ese capital.

Es una forma más de mantener intacto el statu quo: primero, la corrupción política implica precisamente eso, la existencia del espacio político, público, separado del privado, segundo, al capital nadie lo culpa, pues está en su naturaleza la pretensión de incrementarse a toda costa, incluso corrompiendo las santas conciencias, la inocencia inmaculada, de nuestros políticos, y tercero, deja siempre en menos del jefe del partido, o de elementos sistémicos como la justicia, la solución del problema, desplazando así la acción ciudadana al espacio de la simple expectativa. Si estos elementos corruptos dimiten o son espulsados (incluso aunque no sean encarcelados) pues ya está, otra vez, el sistema impoluto.

El caso de Madrid demuestra que esto no es así. No se dejen ustedes engañar por más tiempo. Esos elementos que vemos desfilar en televisión no son corruptos, políticamente hablando, porque jamás han tenido un solo ideal o principio que se pudiera corromper. Estoy convencido de que la gran mayoría jamás ha tocado un libro de política, y mucho menos si este libro iba en la línea de aquellos que pretenden instaurar o interrogarse sobre cuál sería el sistema político perfecto con respecto a valores puros o al menos aquel que produciría la mayor felicidad. Aunque dicen defender una economía liberal, la mayoría sabe de Adam Schmit lo necesario para pronunciar su discurso de turno, y tal discurso ha sido escrito por los asesores de imagen, para construir eso precisamente, la imagen del político que, en realidad, no se es ni se fue jamás. El capital no los corrompe desde fuera, sino que ellos mismos son ya otra forma de capital. Ineptos en política, ajenos a cualquiera consideración ética, personas sin escrúpulos, que jamás se han interesado por nada que no sea incrementar el número de dígitos de su propia cuenta corriente, y que en esa carrera por enriquecerse, gracias a su habilidad, a sus contactos y, como digo, a la ausencia de todo escrúpulo, se han visto de pronto ocupando un asiento desde el cual se ha de representar la voluntad popular. Pero estos no son ni de derechas ni de izquierdas. La voluntad popular no sólo no les interesa ahora, es que no les ha interesado jamás. De hecho, ellos no son corruptos al estilo habitual que imaginamos porque piensan en otros coordenadas.

Ahora, que el ciudadano piense en esta reflexión. Supongo que no serán todos así, pero poco a poco, día a día, la política es gobernada por esta clase de elementos. Ahora corrupción política no significa que unos individuos han renunciado a sus principios para enriquecerse, no señor, ahora significa que estamos gobernados por un puñado de impresentables sin el más mínimo atisbo de una conciencia moral (encarnada en una ideología política) que harán todo lo posible por, no digo ya sostenerse en el poder, sino incrementarlo a toda costa. Por eso últimamente tenemos la sensación de que la crisis económica no solamente no está siendo solventada, sino que los poderes la usan para apretar más al personal si cabe. Su finalidad: chupar hasta la última gota de sangre, pues para ellos los ciudadanos no son más que vacas apacibles que ordeñar.

Estamos, pues, en manos de un puñado de gente sin principios, ni éticos, ni morales, ni religiosos, ni relacionados con alguna clase de ideología política, por eso la expresión “corrupción política” no se les puede aplicar. Hagan un ejercicio: cuando los vean por televisión bajen el volumen para no escuchar la voz de la presentadora de turno. Miren atentamente a esos elementos desfilar delante de sus ojos. Miren sus trajes, sus ademanes de prepotencia, estudien sus antecedentes, y descubrirán, quizá no sin horror, que esos no son políticos corruptos porque NUNCA HAN SIDO POLÍTICOS, sino otra cosa incluso peor. Y luego piensen que su vida, individual y social, está atravesada por lo que esa gentuza decida, está determinada en gran parte, en una parte muy grande, por ellos.